30/11/10

Películas...

No soy muy aficionado a las películas. Sí al cine, pero no por esos largometrajes estúpidos, comerciales y predecibles, sino que por razones personales sobre las que no entraré en detalles. Sea como sea, ese no es el punto de esta entrada.

Hoy vi Brokeback Mountain junto a Nike (no pregunten quién es, jamás les daré una respuesta satisfactoria), y creo que habría sido mejor verla en solitario. En parte porque cada vez que Jack y Ennis se demostraban afecto de alguna forma aquel idiota me abrazaba y me susurraba cursilerías, pero en parte porque realmente es un filme que da para pensar. Si alguna vez fui al cine y compré entradas para verla, lamento haber ido al baño junto a Niko.

Más allá del contenido de la película (de seguro todos lo saben, dos vaqueros gays que se conocen en una montaña, no es la gran cosa de contar), quiero referirme a Ennis. En cierta forma, me sentí algo identificado, y me incomoda bastante escribirlo para que todo internet lo lea, pero prefiero esto que conversarlo con alguien. De seguro mi único amigo no-subnormal no lo comprendería, o lo haría demasiado bien para mi gusto.

Ennis era bastante frío en cuanto a sentimientos, pero explotaba cuando creía que nadie le miraba. Eso me recuerda a mí mismo bastante. A lo largo de toda la película es más bien lejano a Jack, mientras que este es una explosión de alegría y esas cosas.

El punto es que jamás, en toda la película, se escuchó un "te amo". Claro, eso le resta cursilería y el horror del cliché, pero habría que ser un reverendo imbécil para no darse cuenta de la dirección que tomaba la historia.

Por más sana que haya hecho la trama esa ausencia de escenas empalagosas, en la realidad lo cursi existe y está en todas partes. Nos invade literalmente. Cada vez que hay un golpe hormonal de endorfinas y serotonina la cursilería estalla y nos sale por los poros. Quizá si Ennis le hubiese dicho esas palabras a Jack, la historia sería otra y no habría habido una película éxito de taquilla. El rubio ese esperó hasta no tener más que una camisa ensangrentada para volverse voluble y aceptar lo que sentía.

Creo que esto es lo más sentimental que he escrito, y me da vergüenza leerlo, así que no lo estoy releyendo a medida que lo escribo. Como sea, esa situación me es bastante familiar. A veces me pregunto si no sería mejor ser como el resto de los mortales, es un cuestionamiento que me asalta más a menudo de lo que me gustaría, y derrochar afecto por todas partes, pero sencillamente no es natural en mí. Pero por otro lado, ¿qué tan difícil es gastar aliento en decir un par de sílabas antes de que sea tarde?

Como siempre, no espero que nadie me entienda, y me da igual si esto es del gusto de la masa o no. Hay ciertas cosas que son intransables y naturales al ser humano, y una de esas es la segregación química que llamamos amor, esa percepción cerebral de que un individuo es más importante que los demás. Toda la vida es una percepción del cerebro, y estamos inmersos en una enorme ilusión colectiva de la que las hormonas son parte inmutable. Es posible que los odie a todos menos a un par de contadas personas, pero no soy de piedra, y dudo que alguien lo sea. Y realmente, cada segundo de esta vida efímera puede ser el último, tanto mío como el de esa otra persona.

No quiero cometer el mismo error que el idiota de Ennis, que acabó llorando sobre una camisa y una postal. Esa actitud es propia de imbéciles, y algo hay que extraer del mensaje de la película. Si ese vaquero tan macho pero tan cobarde hubiese hablado en vez de lloriquear y dar un par de insultos, quizá no habría acabado hecho un mar de lágrimas.

No hay nada más patético que herirse a uno mismo.

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